NACER EN UN CUERPO EXTRAÑO
- Silvia Barrios
- 3 feb 2018
- 7 Min. de lectura

No hay peor pesadilla que sentirse un extraño atrapado en un cuerpo equivocado. ¿Cuán traumático es el proceso de cambio para quienes padecen disforia de género y deben resolver la modificación de sus cuerpos para autoreclamar sus identidades personales?
IDENTIDADES EN PUGNA
¡Que la barba te salve!
Laura está frente al espejo y no se reconoce en la imagen que le devuelve, toma la maquinita de afeitar por cuarta vez en el día y la repasa, obsesionada, hasta irritar la piel, está convencida de que es un cirujano dentista, pero no todos sus clientes pueden distinguirlo aún con claridad. La barba que le está creciendo ayudaría, aunque no sería la solución definitiva.
Son las 10 en punto, y una señora de unos cincuenta años, está sentada en la sala de espera. Laura sale del baño secándose las manos y pregunta en voz alta: "¿Alguien para consulta?". Los ojos de la mujer que está esperando hace 15 minutos se abren con asombro, pero Laura no titubea y avanza con su mejor sonrisa. La mirada de la mujer se detiene una vez y luego vuelve, despectiva, acompañada de una pregunta contundente: "¿Cómo, sos hombre o mujer?". "Soy un hombre en el cuerpo de una mujer", le responde Laura sin dudar y la dama sale casi corriendo del consultorio.
Durante 24 años todas las noches esta jovencita se planteaba cómo deshacerse de su cuerpo impostor. Nació con genitales femeninos y los padres la llamaron Laura Alejandra. “A los 7 años en el jardín de infantes me di cuenta que algo no estaba bien con mi cuerpo, no quería ir al baño con las demás niñas"–relata la joven con el cuerpo echado para atrás en una silla del consultorio contiguo al suyo, que pidió prestado para la conversación.
Laura Alejandra Sánchez, cirujano dentista, dice su título colgado en la pared de su consultorio instalado en un pequeño local de 65 metros cuadrados, en el barrio de Palermo y es en ese lugar donde cumplirá lo que ella define como "el sueño de toda su vida". No más Laura. Ahora será Guillermo, el Dr. Guillermo Alejandro, engrosará la voz, se quitará las tetas, y le dirá al mundo que la mujer que existía en el pasó a mejor vida.
Los rayos del sol, de un amanecer resplandeciente, iluminan una reducida oficina y sobre un menudo escritorio, Guillermo repasa su agenda y los horarios de los turnos. Entre el primer café de la mañana, confiesa estar acostumbrado que la gente lo mire como si fuera un bicho raro, producto de un experimento mal logrado en un laboratorio. Y agrega: "No sé porque algunos se horrorizan tanto, hay muchas personas que nacen con seis dedos, yo nací sin pene".
Guillermo empezó a enterrar a Laura en el 2009 y se sometió a una mastectomía para extirparse los senos. Siempre tuvo en claro que para lograr estar lo más cerca del género al que se sentía pertenecer, iba a necesitar de la ayuda médica, un sinfín de estudios y más de 10 cirugías plásticas. "Yo quería ser un varón, y ese fue el deseo que pedía en cada cumpleaños. Cómo el cuento de Pinocho, yo deseaba ser un niño de verdad", recuerda el cirujano con nostalgia, mientras el brillo de sus ojos se desvanece.
730 inyecciones y 250 miligramos de testosterona diaria en el transcurso de dos años, fue la fórmula necesaria para que este joven cirujano pudiera presumir una barba tupida que cualquier hombre lampiño envidiaría. Ya nadie lo confunde ni se acuerda de Laura. Pero aún faltaba algo: "la operación definitiva". En busca de ese paso final, Guillermo viajó a México, ya que en Argentina no existen clínicas especializadas en practicar cirugías de cambio de sexo.
"Tuve mucho miedo, porque me decían que este tipo de operaciones disminuían la sensibilidad erótica, algo así como que te castren y nunca más una alegría ¡Dios no lo permita!, -bromea Guillermo y larga una carcajada - hasta que supe del Hospital Manuel Gea González en DF donde encontré las manos mágicas del doctor Horacio García Jerez, el me volvió a parir".
Muchos son los transexuales, que cómo Guillermo, sufren por las ansias de querer modificar su cuerpo para ser leídos por la sociedad como hombres o mujeres, pero casi nadie conoce el martirio que atraviesa una mujer que decide convertirse en varón, quién debe ingresar al quirófano como mínimo 7 veces, para someterse a una remoción de mamas, extracción quirúrgica de vagina, extirpación de útero y ovarios, formación quirúrgica del miembro fálico y sacos escrotales, una decisión nada fácil si se tiene en cuenta que además estás modificaciones pueden costar entre los 100 mil hasta los 500 mil pesos.
Sobre una bandeja de aluminio se extienden diminutos instrumentos quirúrgicos: espejos dentales, bisturí y excavadores, lejos del ruido de los teléfonos que no dejan de sonar y el zumbido de los taladros, Guillermo ordena algunas historias clínicas y trae al presente los recuerdos de su reasignación, su "renacer": "Mi pene nuevo se formó con una piel sobrante de mi abdomen, que me extrajeron en una microcirugía, días antes. Luego con una prótesis, te arman una especie de tubo interno para transportar la orina, y un expansor debajo del colgajo recrean los escrotos. Además de una válvula para simular una erección, y así ¡Poom tengo pito!"- sonríe con tanta felicidad que contagia, como lo hace siempre cuando vuelve a revivir las escenas de un sueño cumplido pero perfectamente planificado.
En el mercado de las cirugías, existen una gran variedad de intervenciones que ofrecen a los transexuales los últimos "retoques" para convertirse en lo que tanto anhelan. Un varón biológico, mujer trans, puede someterse a una operación de nariz para hacerla lucir más afeminada, una liposucción para lograr una cintura más entallada, aumento de grasa en los pómulos, implantes mamarios; y para la mujer biológica, hombre trans, hay cirugías para masculinizar los mentones, implante para simular la nuez de Adán y agregados siliconados para hacer prominente la quijada, aumentar pectorales, gemelos y muslos. "Ir a la clínica, - dice Guillermo- es como estar en Disney World para mi".
Cualquier persona que en la actualidad conozca a Guillermo por primera vez, ya no vacilará sobre su género, es un hombre pequeño, barrigón, de barba y bigote, es una mezcla de parecidos entre el actor, Guillermo Francella, y Ricardo Caruso Lombardi, Director técnico de Argentino Juniors. Cuando sonríe muestra toda la dentadura y habla con tono suave. "Estoy inmensamente feliz, logré exteriorizar lo que soy desde los 7 años. Lo único pendiente en mi vida sería explicarle a mis padres que en ese entonces no era algo estaba eligiendo ser y que no había nada que curar, que no había una patología por medicar, que lo único que necesitaba era ser querido tal cual era".
¡Me hago mujer o me mato!
Diferente es la historia de Gloria que nació como hombre y veía a su pene como un insecto invasor en su cuerpo, como una sanguijuela: "Cuando tenía cuatro o cinco años, sentía que mi pene me molestaba entre las piernas; pensaba que tarde o temprano se me iba a caer. Cuando me practicaron la circuncisión, yo imaginaba que me iban a retirar esos colgajos; pero al quitarme las vendas, vi que aún estaba allí, estaba frustrada, no entendía que pasaba".
Gloria es dueña de una pequeña cafetería de estilo vintage en el barrio de Ramos Mejía, ella misma atiende el local y charla con los clientes. La repostera a construido un mundo que la hace inmensamente feliz: paredes pintadas de un color rosa, guirnaldas en el techo y pequeñas mesas en colores pasteles se distribuyen por el diminuto lugar y se mezclan con los aromas a vainilla, limón y el café recién hecho, que envuelven y conquistan a cualquiera que ingresa al local.
Alta de cabello rubio rizado, con una figura femenina que llama la atención, Gloria Averbuj, está sentada en la cocina de su negocio a punto de decorar una torta y mientras recuerda los años que vivió con el gran secreto de su vida: "Todo esto me lo guardé hasta los 15 cuando hablé con mis padres y les conté que mi sentir era puramente femenino. Creían que era un capricho adolecente, y me mandaron a terapia".
Gloria confiesa que desde muy chico sintió la necesidad de robar a escondidas la ropa de su madre y jugar a ser ella: "El armario de mi mamá, era un sitio que me dejaba escapar por un rato de mi realidad, el olor a perfume, lana, cuero, sus vestidos de gasa, me encantaban sus brasiers, en ese refugio donde me escondía descubrí la mujer que quería ser". Mientras habla, Gloria gesticula con sus manos. Y se escucha el ruido de sus pulseras que saltan en cada una de sus muñecas. Nada deja entrever que esta mujer supo ser un hombre.
Cuando tenía 20 años sentía que su vida era una tortura. Fue allí que consideró el suicidio como una solución a su infierno. "Me hago mujer o me mato. Yo estaba obsesionada con la operación, fui al Hospital de Clínicas, me hicieron estudios pero no había fondos para costear los gastos de la operación de cambio de sexo’, dice mientras se recoge el cabello, largo y rubio.
El sueño de convertirse en una mujer parecía estar más cerca cuando una amiga le contó de un equipo de médicos en Santigo, Chile, que hacían las operaciones de reasignación de sexo. "Junté la guita, pedí prestado, saqué un crédito y me fui a Santiago. La operación es durísima, me extirparon el pene, con la piel sobrante y una incisión entre el espacio de la próstata y el recto formaron mis nuevos labios vaginales, además con el glande rearmaron un clítoris. Estuve internada siete días, fue tremendo ¡quería salir corriendo a estrenar mi nuevo equipo y dejar de ser virgen!", conmemora Gloria entre risas y con ojos saltones de emoción.
Pero el estigma de la sociedad la persiguió, aún mucho después que se hizo la operación de sexo. "Tuve problemas de violencia física con policías, me amenazaban con matarme si los denunciaba. Un policía una vez me dijo "los putos como ustedes no tienen derechos", recuerda con la voz entrecortada, y agrega: "La gente me insultaba, no me daban trabajo. Y los últimos cuatro años fueron muy duros. Mi padre falleció, yo abrí una cafetería y me rompían los vidrios, me saqueaban el local. El 2011 fue un año de terror, mi casa era el nido de la "invertida", me orinaban en la vereda. Yo denunciaba pero no pasaba nada, hasta que decidí mudarme a otro barrio y empezar de cero".
"La única seguridad que tengo es que no me equivoqué- dice Gloria- no me equivoqué al decidir atravesar este proceso transexual, fue una lucha en busca de mi identidad, ahora soy feliz porque fui coherente con mi sentir, mirarse en el espejo y que te guste lo que esa imagen te devuelve es fantástico".
Estas vidas, la de Guillermo y Gloria, son un camino distinto, donde caminan a ciegas, tanteando un mundo que no los admite. De ahí que el sueño de despojarse del cuerpo equivocado, y reconstruirse en uno completamente nuevo, que será el correcto y en el cual encontrarán la equivalencia de su orden mental y corporal que tanto han buscado desde sus nacimientos.
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