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SER TRAVESTI Y BUSCAR TRABAJO

  • Foto del escritor: Silvia Barrios
    Silvia Barrios
  • 20 ene 2018
  • 6 Min. de lectura

Conseguir un trabajo por fuera de la prostitución es una fantasía casi irrealizable o se convierte en una misión imposible para una chica travesti. Sólo a veces aparece una oportunidad, pero siempre y cuando se resigne a disfrazarse de hombre.

"No sos lo que buscamos"

Este articulo fue un pequeño recorrido junto a Romina en su búsqueda de empleo. Escrito en el 2013, en pleno auge de leyes de genero que prometían incluir a todos y ampliar la diversidad sexual en argentina.

"Mi sueño es trabajar en un local de ropa para chicas. Me interesan mucho los tipos de telas, la moda, y aparte creo que soy re buena tratando con la gente". Esto parecería ser un objetivo realizable para cualquier joven argentina de 26 años, aun para una que hace ocho que se prostituye para vivir. Sin embargo, ella carga con aquello que Erving Goffman, escritor y sociólogo estadounidense, llamó "estigma"; carga con una particularidad profundamente desacreditadora para alcanzar su anhelo: no haber nacido mujer.

Romina demuestra que patear la calle para conseguir un trabajo formal es para las travestis de bajos recursos del conurbano incluso más difícil que "salir del closet". Allí se enfrentan a la humillación gratuita, el desprecio, el "no nos llames, nosotros te llamamos" y, en más de una ocasión, a la necesidad de vestirse de hombres para que las contraten. Solo teniendo un local propio pueden no alquilar su cuerpo para vivir.

Su lugar de trabajo se sitúa en la intersección de la Calle 7 y la Avenida Dardo Rocha, en Berazategui. Allí esta parada desde las 19 hasta que considere que ha conseguido la plata que le permita comer. Pero cuando no hay mucho movimiento, con una amiga decide con mucho esfuerzo económico irse hasta la zona roja en Palermo o a Constitución, donde "hay más oportunidades", según explica. "Yo lo hago porque no me queda otra, o, mejor dicho, la otra que me queda es vestirme de hombre, pero ahí estoy traicionando mi esencia, ¿entendés? Todo lo que yo soy, lo que siento que soy, que es lo más importante".

Según el artículo “Trabajos al margen del trabajo” realizado por Ernesto Meccia y Úrsula Metlika, licenciados en Sociología de la Universidad de Buenos Aires (UBA): "la sanción ante la 'alta prostitución' es considerablemente menor que la que despierta la "baja" prostitución, de la misma manera que la clase de sanción que despiertan las travestis que han podido hacerse un lugar en el mundo nocturno del espectáculo urbano no es simétrica a la reprobación que despiertan las travestis pobres que, por esta última condición, no han podido acondicionar su cuerpo para competir en el mercado de los espectáculos nocturnos y no tienen otra salida laboral que la 'baja prostitución' en las áreas marginales cercanas a su lugar de residencia".

Los primeros rayos de sol de la mañana empiezan a iluminar los pasillos de un humilde barrio en la zona oeste de Berazategui. Romina espera tras la puerta azul. Entre el mate mañanero, dice estar cansada porque un cliente después del sexo quería pernoctar. Y agrega: "Me quería pagar un poco más para hacerlo sin preservativo y como no quise, se enojó y tuve que volverme desde re-lejos caminando".

La verdad es que le gustaría quedarse en su casa, tener un trabajo normal y dejar de suspirar cada vez que se pone la "ropa de trabajo" para salir a hacer lo único que -dice- se le "permite". De pronto el brillo de los ojos se desvanece: está harta de la profesión más vieja del mundo. No obstante, esto parece darle fuerzas, dice que esta es su mañana, se tiene fe, elige su mejor par de jeans, unas sandalias chatitas, camisa blanca, se recoge el pelo. Va a buscar trabajo.

Saliendo del barrio algunos hombres y un par de chicas la saludan como a cualquier vecina, pero esta escena de cordialidad se termina al salir de las callecitas de tierra, hacia la avenida. Cualquier colectivo sobre la Calle 14 la deja en el centro. Al subir, las mujeres más viejas la espían por el rabillo del ojo. "Ya estoy acostumbrada", acota Romina sobre estas reacciones que la gente tiene al verla.

En cuatro cuadras, desde las vías del tren, ve tres carteles que señalan: "Se busca empleada c/experiencia, buena presencia, de 20 a 30 años". "La buena presencia creo que la tengo, y la edad sí, posta. Tengo dos de las cosas que piden", cuenta Romina con ilusión.

 Entra al primer negocio, un local de ropa para jóvenes y no tanto. Los ojos de la vendedora, de unos 40 años, se abren con asombro, pero Romina no titubea y avanza con su mejor sonrisa, saluda y enrulándose un mechón del pelo dice que viene por el aviso. Empieza a exponer sobre su interés en la moda. La mirada de la empleadora se detiene una vez y luego vuelve, despectiva, acompañada de una respuesta contundente: "Mirá, no sos lo que buscamos, acá viene mucha señora grande y no le gustan este tipo de cosas".

Las personas que "primero vieron a una mujer y luego a un hombre en el mismo cuerpo sintieron: o bien que se equivocaron, o bien que fueron engañados y que reconocer el hecho de que 'fueron pasados por arriba' los mueve alternativamente a la compasión o al desprecio, pero sin alternación a la negación del empleo. La sanción se expresa en el desprecio y uno de los indicadores del desprecio es la negativa sistemática a emplear a las travestis en los trabajos que realizan la mayoría de los miembros de la sociedad", afirma a propósito de esta situación Úrsula Metlika.

Romina agradece, se da media vuelta y va a buscar el próximo. "Cada tanto hago esto", dice con una lagrima que le empieza a asomar por el ojo derecho. "Me agarra una mezcla: no quiero prostituirme más… pero cuando busco trabajo siempre es así, y cada vez me cuesta más reponerme, entonces vuelvo a lo primero". 

Meccia, explica este escenario: "Sintiéndose dueñas de la decisión de ser travestis, pero sin control sobre el destino de la misma, va apareciendo como única posibilidad trabajar con aquello (lo único) que está bajo su dominio: el cuerpo".


En el próximo local, es un hombre joven de unos 35 años de edad quien está a cargo. A diferencia de la mujer anterior, él observa a Romina, de pies a cabeza, la escucha con una sonrisa socarrona. Ella lo ignora con sutileza y continúa su postulación para el puesto.

Romina: "Bueno, ¿te dejo mi celular?"

Joven: "Yo te diría que si estás dispuesta a vestirte de hombre, te podría recomendar para el negocio de un amigo" (se ríe buscando una complicidad con ella).

Ante el silencio de Romina, que se traduce en todo en lo que ella cree, el continúa: "Si querés lo pensas; déjame tu número, pero no nos llames ¿eh? mirá que nosotros te llamamos".

Camino al tercer lugar, Romina trae del pasado recuerdos y hace un paralelismo con todo lo que acaba de vivir: "Es re difícil esto, ni cuando tuve que decirle a mi familia que era gay me costó tanto. Yo pienso que esto es como un castigo porque decidimos ser lo que sentimos, nos condenan a que nos prostituyamos para siempre".

Aunque está cerca del próximo posible empleo, decide que fue suficiente y que es hora de volver. Al faltar unas cinco cuadras para llegar a su casa, en una verdulería ya alejada del centro de Berazategui, ve que necesitan empleada hasta 30 años. La situación es la misma que se repitió en los lugares de venta de ropa. Un poco menos obvio en su cara de sorpresa, el verdulero boliviano, ante el pedido de Romina, le dice simplemente: "Nooo, buscamos chicas".

Romina cree que la sociedad argentina ha hecho un cambio positivo con respecto al trato con los travestis, -sanción de la Ley Nº 26.743 sobre la identidad de Género- , aunque asegura que el cambio es muy pequeño, explica que los travestidos no consiguen un trabajo digno porque los empleadores tienen miedo al momento de contratar a un travesti para trabajar. Existen prejuicios, como por ejemplo, que han tenido una vida oculta de drogas, robos o quizás enfermedades virales.

Romina creció en un contexto represivo, y nunca se sintió del todo feliz. “hace 10 años asumí lo que soy, una persona con genitales masculinos que se siente mujer. Por fin puedo dormir tranquila”, comenta orgullosa y con una sonrisa esplendorosa. En los próximos días comenzará a tramitar su nuevo DNI. “Espero que esto me permita ser respetada por los demás, y se amplíen los márgenes de ciudadanía, acorde a las leyes, no estoy pidiendo nada descabellado, solo quiero trabajar!”, reflexiona la joven antes de despedirse.


“El estado deber inmutarse frente al modo en que la sociedad nos naturaliza sólo para la prostitución y no nos ve como fuerzas productivas y productoras. Y aquí está el problema de cómo se nos limita el acceso a un trabajo digno” aseguró Johana Berkins, Co-fundadora de la primera escuela Cooperativa Textil de Trabajo para travestis y transexuales; La respuesta está en la concientización social, dice ella, cambiar la mentalidad de una sociedad donde la imagen cuenta más que la capacidad intelectual que tengas para desempeñarte en un trabajo, y por ello muchos travestis optan por ocultarse o reprimir sus deseos, (el de ser mujer, el de ser hombre) para conservar un buen sueldo.




 
 
 

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